jueves, 16 de agosto de 2007

¿Por qué quiero a mi gato?

A veces me paro a pensar en cuando llegue a anciano, si es que llego, y me pregunto: Qué de lo que ahora me importa me importará entonces, qué quedará de la vorágine hipotecaria que ahora me embarga. Pienso en mi abuelo, en el final de sus días, hago un repaso de su vida y llego a la consciencia de que en su modesta casa no quedaba mucho de su pasado; algunas fotografías, un par de relojes sin pila, unos cuantos abrigos que ya no le venían y poco más. Qué fue de su pequeño comercio, qué fue de todo lo material que había podido adquirir, qué significado tenían a esas alturas las cifras de su cuenta bancaria, sus haberes y sus debes.
Realmente se había ido desprendiendo de ello poco a poco sin importarle demasiado cómo y a quién fue a parar. Sin embargo también caigo en que su mayor tesoro mientras le duró fueron sus recuerdos, las anécdotas de la guerra, los actos heroicos y viles que había contemplado; su colección vital se componía de amores y odios que, algunos de ellos mantenía frescos en el tarro de su corazón, otros sin embargo se habían ido transformando con esa curiosa receta que nos hace mezclar realidad e imaginación.
Resulta que cuando le doy vueltas a esto acabo cayendo en la cuenta de que los bichos humanos (y sobre todo los urbanos) a veces tendemos a relevar lo importe por lo urgente. También tendemos a cosificar todo aquello que nos envuelve, cuantificarlo, catalogarlo, priorizarlo. A esto le llamamos "racionalizar". De ahí paso a pensar en si todo lo que racionalmente me importa es realmente importante. Y resulta que lo único racional, verdaderamente racional o útil en sentido puro, de todo lo que me envuelve el tiempo es cubrir las necesidades básicas de alimentación o seguridad. Vamos, que si queremos llevar a lo racional el porqué de nuestros afectos e intereses nos quedaríamos en los dos primeros escalones de la pirámide de Maslow.
Pero claro, resulta que el ser humano es algo más que eso, y además resulta que cuando pienso en qué, de todo lo demás, al final de mis días recordaré, qué de todo lo que me ocupa habrá merecido la pena el tiempo dedicado a ello; acabo pensando que serán los afectos, los sentimientos y experiencias vividas. Llego a la conclusión de que, esa codiciada cortina que ahora araña mi gato no la recordaré cuando sea octogenario. Concluyo que tampoco tendrán importancia los aparatos, fetiches y objetos que pueda adquirir. Sin embargo, el calor de un abrazo de amigo en el momento necesario, el primer beso y otros muchos, la alegría de querer y haber sido querido... sí serán cosas que recordaré cuando llegue a ese momento en el que el futuro ya no es algo a lo que temer ni algo con lo que contar.
El otro día unos buenos amigos se preguntaban cuánto y por qué quería a mi gato, querían averiguar en qué nivel de mi escala de preciadas posesiones estaba, por cuánto lo cambiaría. No entendían cómo se puede amar a un ser que ni es humano, ni tiene valor económico, ni se puede cambiar por nada. También se preguntaban qué necesidad tengo de dedicarle un tiempo a alimentarle, cepillarle, cambiarle la arena, preocuparme por su estado anímico.

Y, sin mucho éxito tengo que decir, yo trataba de hacerles ver que el afecto que me reporta me hace un poco más feliz, porque de eso se trata la vida. Recorremos miles de kilómetros para poder ver en directo un monumento, un lugar. ¿Qué utilidad racional nos reporta? Ninguna, solamente el placer de tener delante de nuestra retina algo bello, algo que a bien seguro recordaremos. Pues yo quiero a mi gato porque la unión afectiva que tengo con este ser vivo me reporta también una felicidad irracional que, tal y como intuyo, al final de mis días estará entre mis recuerdos felices, entre las sensaciones agradables que querré regurgitar y formarán parte del espectro melacólico de un anciano.

Mi relación con mi gato no se parece en nada a la que tengo con los bichos humanos, no puedo ni quiero compararla con ella. Mi gato me conecta en línea directa con la ingenuidad e inocencia del resto de los seres no humanos, con el mundo animal. Sus malicias son ingenuas al lado de las humanas (será porque dicen que son menos inteligentes) y sus grandes actos de amor no pasan de una estrategia para alimentarse. Pero eso es lo más maravilloso de vivir con un animal, que no hay ni culpa ni gloria, no es necesario. Observas como vive su vida tal y como marcan las pautas de su instinto, simplemente viven o sobreviven, y en ocasiones sus intereses coinciden con los tuyos y te paras a dejarte llevar por el deseo de jugar o darte al placer de acariciar y ser acariciado. Y, sin darte cuenta, estableces una relación de amistad con otra especie, con otro código de lenguaje, con otras pautas de relación muy distintas a las que estableces con los bichos humanos. Y esto completa tu vida un poco más, abres otras esferas de tu corazón y te permites ver el mundo desde otra perspectiva.

9 comentarios:

Anónimo dijo...

Estimado Carlos (y por extensión, estimada Mónica):

Yo también me pregunto eso de qué será de mí cuando sea anciano, y muy a menudo, qué es lo que quedará de mí. Quizás de eso venga la obsesión por la escritura que muchas veces tengo: afán de permanencia, necesidad de que la muerte al fin y al cabo no sea el último escalón (que lo será definitivamente)y dejar en otros el gratuito afecto que recíprocos nos hemos dado. Es posible que vivir sea solo eso, dar a cambio de nada y recibir porque sí de quien a su vez quiere dar. Lo demás se llama contrato, factura o crédito hipotecario con un alto tipo de interés.

Entiendo, por lo que dices en tu post de hoy, que lo de tu cariño sincero por tus gatitos es sólo colateral (permíteme emplear este concepto a lo bush), porque en realiad lo más importante es sentir que se siente, que se está vivo para guardar en el recuerdo aquello que en un momento diminuto a lo mejor nos hizo enormemente felices. Ya lo creo.

Sentir un afecto creo que nunca estará mal. Porque esa desmesura que implican palabras como "amor", "cariño" o "amistad", en cualquiera de sus formas necesariamente nos puede hacer felices. Así es, me temo: siempre y cuando se convierta en algo susceptible de llevarlo en la memoria con uno mismo un g(r)ato recuerdo.

Por lo demás, considero que te honra (y a Mónica también) el cariño que le tenéis a vuestros animalitos, porque (vuelvo a la escala de valores) buscáis el equilibrio y vivís viviendo una g(r)ata compañía que no va en demérito de otras cosas: familia, amigos, vuestra propia pareja... Y porque "¿por qué querer a tu gato?" no debe ser ni mucho menos la pregunta que deberíamos hacerte: sería mejor preguntar a otros por qué se embargan por un televisor de plasma, por qué pagan millonadas por ver un partido de fútbol o por qué quieren a su coche más que a su propia mujer (y eso a veces ni lo preguntamos).

Jodida vida. Hoy me siento más relativo que ayer, que el otro día. Y mira, tanto tú como Mónica sois también indispensables para la consabida felicidad que buscamos en esta vida. Y no me preguntes por qué, porque como lo hagas pienso comprarme un gatito también yo y así andamos a la par.

Pd. Ronronronronronnnn... para los dos. Un beso.

Luis Q.
www.autobiografiaporescribirluisquionesc.blogspot.com

Anónimo dijo...

Tanto tiempo en silencio y cuando vuelves conectas con algo que me rondaba en estas semanas.
Yo que ahora me veo inmersa en la vida hipotecaria y en aquello de "a llenar la casa vacia".. en fin, se me pasa por la cabeza a menudo que lo que llenan las casas y la vida son las personas con que compartimos nuestros momentos y que lo demas se termina por olvidar.

Me alegro de que hayas vuelto

Sonia (somosmomentos)

Anónimo dijo...

Carlos, cada vez escribes mejor. Fíjate que me has tocado la fibra sensible...
Y sí, por qué no, el amor puede ser (y es) un sentimiento irracional, pero el desamor es siempre radicalmente racional.
Así que puestos a querer a un gato, una vez se le quiere, hay que ser un cretino para dejar de quererlo y no retenerlo en la anciana memoria.
Por eso yo no quiero gato, "pa" no sufrir cuando él sufra. No sé si me entiendes...
Un abrazo y un beso, que por tí y por "la" Moni (entrecomillo las patadas al diccionario porque sé que te leen "luisteratos") sí estoy dispuesto a compartir la miel y la hiel de la vida, con gatos y todo.
Víctor.

Anónimo dijo...

Querido Carlos y Mónica:

Esa misma pregunta me la he realizado yo. Es usual que en situaciones extremas en la vida, como la muerte de tu abuelo y la enfermedad grave de mi madre como bien sabes, sea el momento en que por unos minutos, horas o días en la que por un momento se paralice todo y pienses que existe la muerte.
Y sí, pienso que en la sociedad actual estamos tan inmersos en la vorágine del materialismo y de solo fijarnos en vivir que nos olvidemos de un aspecto importante, y es que existe la muerte. No quiero resultar radical, pero considero que si lo tuviesemos más en cuenta este aspecto muchas prioridades y toma de decisiones en nuestra vida serían muy distintas.
Siempre he dicho, lo que me lleve a la tumba sean; días de fiesta, haber conocido a mucha gente, haber ayudado a quien lo necesitado y haberme dedicado a lo que de verdad siento pasión. Lo demás son, horarios de trabajo y pagos de hipoteca.
De todas formas,¿por qué nos lamentamos tanto?, ¿acaso no podemos cambiar nuestras vidas?. Creo que España se prioriza la compra de casas, pero existe el resto del mundo con sus culturas y formas de vida. Siempre podemos cambiar de contexto.
Me encanta que ames a tu gato, porque yo amo a mi perro "Curro", y no es por modestia pero él también me quiere.(jajajaja). Hemos entendido nuestra psicología, sé que a él le gusta que le saque a pasear sin atarle y a su vez tirarle una piedra para que el la coja y luego arrancar el césped que pille. Y yo le dejo. Y él sabe que a mí me gusta que cuando llego a casa me haga mimitos y esté pendiente de mí. Es otra forma de amar. Entender el uno al otro.
Pero siento sacar mi vena materialista, que reconozco que la tengo, pero confieso que moderada. Me hace feliz pasear a mi perro e irme a la otra punta del mundo aunque solo sea para fotografiar lo que fotografían todos.
Vamos que hay que ser realistas, y la vida es pago de hipoteca, más un momento chill-out (gato, perro, porro, ver película) pero yo creo que de las dos te acuerdas de viejo. jijiji
Lo siento, el texto se me ha ido de madre...
Sé que no está también escrito como el de Luis y el Carlos pero como es hacer comentario y no concurso.....

Un besazo a los cuatro (carlos + mónica+ 2 gatos)

Anónimo dijo...

Carlitos, ahora sí lo he entendido. Aquella noche no nos explicaste que tu gato te hace feliz. Aquí sí lo has hecho. Yo acabo de entender todo ahora. Yo no podría vender nada de lo que tengo y me hace feliz por 100.000 euros, o el precio que fuera que llegamos a ofrecerte aquella noche. Sería simplemente ridículo vender mi felicidad.
Muchos besos a los dos,
Carlota.

Viaje al Minimalismo dijo...

Cuando un michillo forma parte de tu vida es para siempre. Cómo voy a dejar de querer una parte de mi?

Buena reflexión, un saludo!

Anónimo dijo...

Que bonito texto, nunca hubiese podido expresar yo mismo porque puedo querer tanto a mis dos gatos, el mayor de 3 anos y la nueva de 6 meses. El amor por un animal es de alguna manera el mas puro porque de ellos no esperamos nada, solo queremos verles bien y disfrutar de su compania. No sucede lo mismo entre los humanos que queramos reconocerlo o no siempre tenemos algun interes clarou oculto e inconsciente. Siempre me habian gustado los animales pero desde que tengo a mi gato mayor soy consciente de que me hacen mejor persona y de que la naturaleza que a menudo los humanos miramos como algo inferior a nosotros, es inteligente y vital, si sabes observarla aprenderas mucho de ella. Para cerrar dire, respeta a la naturaleza, a los animales y contribuiras a un mundo mejor. Saludos a todos los amantes de los animales y como em mi caso especialmente a los de los gatos.

Anónimo dijo...

He leído este post y me ha hecho llorar. Es verdad que al final lo que importa es el amor que has dado y has recibido de tus seres queridos, incluídos gatos. Yo también amo a mis gatos (2) por el simple hecho de que ellos también me aman a mi. Me han dado muchas muestras de ello.

Saludos

Anónimo dijo...

Maravilloso...